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El espantapájaros de la Gran Vía

Fue bautizado como “El edificio más alto de la nación y de Europa” en un claro ejemplo de propaganda franquista tras su construcción, en 1953, y ahora medio siglo después aguarda silencioso, en un enclave privilegiado, a que alguien le devuelva el esplendor y apogeo al que estuvo acostumbrado desde su concepción.

Cada vez que paso por debajo del Edificio España pienso lo mismo, la gestión de este gigante de hormigón es un claro ejemplo de la situación del país. Cuando las cosas se hacen sin cabeza pasa lo que pasa, no me imagino en mitad de la Quinta Avenida o de los Campos Elíseos un edificio de esas características vacío, desaprovechado, sin gente en su interior dotándolo de vida. Una oportunidad inmobiliaria que nadie ha sabido gestionar. Un monstruo de 25 plantas que podría albergar cientos de viviendas absolutamente diáfano. Incomprensible.

Se trata del duodécimo edificio más alto de la capital y hasta 2006 albergó al Hotel Crowne Plaza además de viviendas y oficinas. Sucedió lo que suele ocurrir en la mayoría de estos casos, la dejadez de unos y los empeños de otros fueron deshabitando este símbolo de Madrid hasta dejarlo como lo vemos actualmente.

Su construcción comenzó en 1948 y finalizó en 1953, su fachada y estilo arquitectónico recuerda mucho a los grandes bloques de apartamentos que podemos admirar en Manhattan y es que sus arquitectos tomaron como referencia el Rockefeller Plaza para su construcción. En sus años dorados llegó a tener incluso una discoteca en la azotea con piscina. Ubicado en el nexo de unión entre Gran Vía y Princesa y junto a la Torre Madrid, a sus pies se extiende la Plaza de España, ¿Se puede estar mejor ubicado?

En 2006 el Grupo Santander decidió comprarlo por un precio de 300 millones de euros para darle un lavado de cara y convertirlo en un bloque de exclusivos apartamentos. La explosión de la burbuja inmobiliaria se llevó por delante este proyecto mastodóntico que debería de haberse puesto en marcha en 2010.

Como os digo, es una verdadera lástima ver como este magnífico rascacielos se encuentra olvidado y vacío…bueno no, parece que vacío del todo no está ya que hay quienes aseguran que en la planta 14 habita un fantasma, los últimos trabajadores que desempeñaron labores de desescombro en el bloque aseguran que los ascensores se abrían y cerraban a su antojo y que sucedían cosas extrañas en su interior. Puede que fuesen espectros, quien sabe, o quizás el alma de este edificio, pidiendo a gritos que alguien lo recupere y lo devuelva a la vida.

Un paraíso en las alturas

Aunque las fechas no digan lo mismo, el calorazo que asfixia a Madrid en las últimas fechas invita a tomarse algo bien fresquito en una terraza. Si además de saciar vuestra sed, lo que queréis es apreciar unas de las mejores vistas de la ciudad en un lugar único, os animo a que sigáis leyendo….

El fenómeno de las terrazas ha sufrido un auténtico boom en los últimos tres años, ahora todos los locales chics pelean por ser la terraza con mejores vistas, con la gente más cool o por ser la que mejores mojitos prepara. Una carrera en la que nadie quiere ceder su puesto. En una ciudad con pocos metros cuadrados libres de asfalto y con escasos espacios verdes abiertos, la opción más recurrida ha sido el montarlas en azoteas de edificios y hoteles, lo que en la mayoría de los casos les otorga un emplazamiento único, ofreciendo a su vez una vía de escape a los humos del tráfico y la polución.

De todas las terrazas que he podido disfrutar para mí, sin duda, la que destaca sobre el resto es la del Hotel Room Mate Óscar, situado en el corazón del barrio de Chueca, en la Plaza Vázquez de Mella. Con un diseño muy “ibicenco”, mobiliario en tonos blancos, camas balinesas y una pequeña piscina que nos invita a darnos un chapuzón, éste rincón es una pequeña porción de paraíso ubicada en las alturas.

Pero si por algo destaca esta terraza son sus vistas. Disfrutar de un atardecer bajo la fija mirada de las manecillas rojas del reloj de la Telefónica es un ejercicio de relajación, disfrute y purificación. Desde ahí arriba los problemas se ven más pequeños, tanto que casi ni se ven. Te evades y contemplas, así funciona.

Este sitio está genial a última hora de la tarde o para tomar un primer digestivo antes de empezar una dura batalla por la noche madrileña. Los precios baratos no son pero el pequeño esfuerzo merece la pena. Para acceder a la misma hay que dirigirse a la recepción del hotel y ahí mismo os mostrarán el ascensor que os llevará, directamente, hasta este oasis de relax.

Los 'heavys' de Gran Vía

A la mayoría, los nombres de José y Emilio Alcázar no os dice nada pero sin embargo, todos los que vivimos en Madrid los hemos visto en más de una ocasión y no hemos podido evitar mirarlos de reojo al cruzarnos con ellos. Estos gemelos son popularmente conocidos como ‘los heavys de la Gran Vía’. Sus pintas, su carácter y su infatigable presencia, día tras día, en el mismo lugar, los han convertido en un todo un ícono de la ciudad, a la altura del letrero de Schweppes o del Oso y el Madroño pero ¿Quiénes son?

Los hermanos Alcázar viven en un pequeño piso de Tetuán, aunque se criaron en el castizo barrio de Chamberí. Por ese motivo, han sido muchas las ocasiones en las que me los he cruzado mientras se dirigían hasta su punto habitual. Un detalle, cuando acometen su particular peregrinaje hasta la Gran Vía no caminan juntos, siempre van separados por unos cuantos metros, como si no quisieran saber nada el uno del otro hasta encontrarse en el lugar de destino.

Emilio y José llevan realizando este largo trayecto, de forma casi diaria, desde hace ocho años. Lo que comenzó siendo como una protesta, con el paso del tiempo se ha convertido en un estilo de vida. Los ‘heavys’ acudían con frecuencia a la tienda de discos Madrid Rock que servía de punto de encuentro con sus amigos y con su pasión, la música. En 2005, el grupo Inditex, en su inexorable avance a la conquista del mundo, implantó una de sus tiendas en dicho local, sin margen de maniobra para sus amigos. Desde entonces, en solidaridad con aquellos empleados y colegas, decidieron situarse a sus puertas, como señal de protesta. Una costumbre que ni las inclemencias del tiempo ni el transcurso de los años han podido frenar.

¿Frikis o revolucionarios? Es la pregunta que nos podemos plantear al escucharles hablar. Para unos puede que solo sean dos vagos que viven del aire, para otros, dos tipos que han decidido vivir de acuerdo a unos ideales. Ellos mismos han declarado que no trabajan desde hace más de una década, ya que no quieren formar parte de un sistema que enriquece a los poderosos y empobrece a los débiles. De este modo, permanecen junto a la misma valla, tarde tras tarde, esperando a que alguien se les acerque para debatir de cualquier aspecto mundano. Su forma de ser, abierta y afable, invita al diálogo con todo viandante.

Simplemente, se dedican a vivir y lo hacen sin ataduras materiales, sin cuentas corrientes o sin móvil. Se han marcado un objetivo claro, el recuperar la vida en la calle, que no seamos meros esclavos de un sistema que sólo nos da margen para trabajar y para consumir, deambulando de tienda en tienda. Así que ya lo sabéis, la próxima vez que los veáis embutidos en sus pantalones de pitillo y con sus tatuajes, acercaros y no tengáis problema en charlar con esta singular pareja. Ellos estarán encantados.