Os quiero contar hoy una leyenda, un relato de esos que sobrevuelan por Madrid, haciéndola más humana y entrañable. Nos trasladamos siglos atrás a una céntrica callecita de la Villa cuyo nombre, os desvelaré al final del secreto. En ella, entre su animado vecindario, todo el mundo conocía a una mujer, de origen castellano (algunos apuntan que era segoviana y otros que salamantina). El caso es que su belleza estaba en boca de todos, no había quien la viera y no se quedado hipnotizado por su estilo y hermosura. Vamos, que hoy hubiera sido la reina de Instagram. Viuda de un montero mayor, ella era consciente del éxito que cosechaba entre el público masculino, así de vez en cuando se dejaba ver en el balcón de su casa para el júbilo de sus admiradores.
El problema fue que, su éxito y fama fueron en aumento, tanto que pronto comenzaron a sucederse los altercados, disputas, e incluso muertes a las puertas de su domicilio. Eran muchos los galanes y espadachines que se congregaban en su portal. Para presentar sus credenciales ante la dama, no dudaban en batirse en duelo ante los ojos de la dama para mostrar su valor y gallardía. Unas refriegas que al poco llegaron a los oídos de la Inquisición que no tardaron en poner cartas en el asunto.
El Santo Oficio acudió a la vivienda en repetidas ocasiones y ahí puedo confirmar cómo, ciertamente, se producían estas jaranas y peleas. Días más tarde regresaron y leyeron un documento en el que apuntaban represalias para quienes “dieran ocasión a muertes violentas tras pretensiones lascivas”. Pero aquí no terminaron las reprimendas ya que la causante de estos alborotos también fue advertida. O daba fin a estas provocaciones o sería expulsada de la Corte.
Lo cierto es que no tuvo que llegarse a este punto pues fue ella misma quien decidió, al poco tiempo, marcharse para siempre de Madrid, sin que nunca, ningún aspirante lograse sacar de ella nada más que una mirada furtiva o una leve sonrisa. Se ahuyentó de la Villa y jamás regresó ni se volvió a tener noticia de ella. Se fue, dejando tras de sí un enorme reguero de cautivos enamorados. Se fue, dejándonos como recuerdo, el nombre de una de las calles más famosas de Madrid, bautizada así por su irrepetible belleza y por la profesión de su difunto marido, la Calle de la Montera.
1 comentario
Muy curioso, no había escuchado esta historia…