Las ciudades las vemos, las asumimos y las paseamos. Formamos parte de ellas pero pocas veces nos planteamos cómo llegaron a ser lo que ahora son. Qué tipo de lenta metamorfosis se produjo en su ser para ir mutando, ladrillo a ladrillo, en alcanzar su estatus actual. Es lo que me he dado cuenta que sucede, y mucho, con Madrid. Admiramos sus plazas, apreciamos sus edificios pero ¿Cómo llegaron ahí? Este recuerdo de 1926 nos lo muestra.

Hoy nos trasladamos a los años veinte. Un Madrid en el que se sucedían los trabajos y proyectos para poner a la vieja Villa al nivel de las principales metrópolis europeas. Para acaparar elogios necesitaba un buque insignia, un coloso de referencia y ése fue el Edificio Telefónica. En el momento de su inauguración el más alto del país y considerado primer rascacielos de la capital, gracias a sus 98,30 metros.

Y es que, hoy no entendemos la Gran Vía sin este inmenso faro pero hubo un tiempo en que Madrid no contaba con su presencia. En su lugar había un enorme solar, que estuvo a punto de ser utilizado para albergar un centro comercial, y un montón de carteles que dejaban a las claras la identidad de su inmediato inquilino, disipando cualquier tipo de incógnita.

Una cosa que siempre que veo esta foto me sorprende es el enorme grado de fidelidad entre la “maqueta” y el resultado final de la obra, ya que muchas veces los proyectos se van modificando a lo largo del proceso de construcción. “Perspectiva del edificio en construcción, en este solar para oficina general y central automática de la Compañía Telefónica Nacional de España”. Así decía este letrero en el que pocos viandantes parecían reparar y que no hacía más que presagiar la llegada de uno de los emblemas de Madrid.

Edificio Telefónica (1926)

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