El Real Jardín Botánico pone al servicio de los amantes de la naturaleza y la botánica casi nueve hectáreas de verdadero disfrute. Un silencioso universo verde y fresco al que deberíamos de prestar más atenciones. No es para menos, suma más de dos siglos de historia y una colección de un singular valor en pleno paseo del Prado. Con motivo de la escritura de estas páginas me obligué a reencontrarme con él, a pasearlo de nuevo mientras revivían sensaciones ya marchitadas. Ahora, me he propuesto visitarlo en cada estación, viendo cómo cambia de traje ante los ojos de sus curiosos visitantes.
La biografía de este lugar balbuceó sus primeras palabras muy cerca del río Manzanares, en una zona próxima a la Puerta del Hierro. Aquí en 1755 estuvo el Soto de Migas Calientes donde Fernando VI ordenó la puesta en marcha del primer jardín botánico, antecesor del actual. El que ahora conocemos no llegaría hasta 1781 cuando ascendió Carlos III al trono y se propuso homenajear a las ciencias y la cultura en un renovado e intelectual proyecto llamado paseo del Prado. Fruto de este lavado de cara fueron la colocación de fuentes como Neptuno y Cibeles y también la aparición del Real Gabinete de Historia Natural, actual Museo del Prado. Como parte de este impulso urbanístico se decidió trasladar aquí aquel Real Jardín Botánico, al que se le dedicó una extensión de diez hectáreas, espacio que se redujo con el paso del tiempo.
En el diseño de este espacio dedicado al mundo natural participaron primero Francesco Sabatini y después Juan de Villanueva. Al primero le debemos la configuración en tres alturas o niveles, al segundo, el formato casi definitivo y en el que trabajó durante cuatro años. Varios apuntes curiosos que convienen recordar de este sitio es que, en su interior en el siglo XIX se daban de forma gratuita plantas medicinales al público asistente. Además llegó a albergar, aunque brevemente, un zoológico antes de que este se mudase al Retiro, pasando a ser la conocida «Casa de Fieras». Señalar también que la calma y tranquilidad que lo caracterizan se vieron bruscamente alteradas en el año 1886 cuando un devastador ciclón se asomó por Madrid. Los daños en este vergel fueron enormes y hasta 564 árboles fueron derribados.
Monumento Nacional desde 1947, el Real Jardín Botánico es un tesoro que susurra demasiado bajo y al que no muchos escuchan. Sin embargo, nos propone una deliciosa jornada de paseo, con zonas de sombra y descanso, mientras damos buena cuenta de la presencia de plantas originarias de todos los rincones del mundo, desde Japón a China pasando por Canadá. En total, son más de 5000 las especies aquí presentes. Cifra que se queda pequeña junto a los 10 000 dibujos que cuenta su biblioteca o cortísima en comparación al millón de pliegos de su herbario. Lo dicho, un secreto difícil de abarcar y asimilar en una sola visita. Pasear por el Real Jardín Botánico es una bendición. Plantas exóticas, árboles singulares como su famoso olmo «pantalones», recoletos jardines, invernaderos y muchas más sorpresas en este tesoro que vive a orillas del paseo del Prado, compartiendo rellano con uno de los museos más importantes del mundo. Un lugar, que en cada estación nos ofrece un aspecto distinto, sacando a relucir su faceta más viva, porque así es la naturaleza. ualquiera que tenga la más mínima empatía por ella disfrutará de este lindo oasis mientras camina con todos los sentidos bien despiertos.