Para el primer secreto de Madrid en esta castiza y festiva semana vamos a hablar del origen de una expresión que seguramente todos habéis usado o escuchado en alguna ocasión. Me apuesto lo que queráis que todos habéis oído aquello de “no comerse una rosca” para referirse a alguien que tiene poco o nulo éxito amoroso. Pero, ¿Qué cómo se originaron estas palabras? ¿Por qué os hablo de esto hoy?

Unas de las grandes protagonistas de la inminente fiesta de San Isidro son las rosquillas, tanto las listas como las tontas, a lo largo de estos días se venden miles de estos dulces en la Pradera de San Isidro, escenario “isidril” por excelencia, el lugar donde las costumbre se convierten casi en obligaciones que cumplir a rajatabla, antes, durante y después de la verbena.

El caso es que en este tipo de festejos, y también en otras localidades de nuestra geografía, cuando no había aplicaciones móviles para ligar, todo era mucho más directo y sencillo. Chicos y chicas acudían a las verbenas, ilusionados en muchas ocasiones con encontrar allí al amor de su vida. Una relación de cuento que podía comenzar de la forma más inocente, casi siempre con un baile en el que la pareja comenzase a hablar y a conocerse, entre pregunta y pregunta, al son de la música.

Muchas veces, el paso previo al baile o la insinuación de un “me gustaría conocerte” era regalar a la persona con la que te gustaría bailar una rosquilla. Tanto ellos como ellas, invitaban a una rosca y así, si la persona obsequiada la aceptaba, era buena señal, el anzuelo había funcionado. El regalar este dulce era el primer paso de quien sabe qué. Por contra si uno acudía a una verbena y no tenía ningún éxito amoroso ni despertaba el interés de nadie, regresaba a casa, además de con la moral un poquito baja, sin haberse “comido una rosca”. Por este motivo ahora, mucho tiempo después de aquello, cuando uno fracasó en su intento de ligar o encontrar pareja decimos coloquialmente que “no se come una rosca”.

Curioso, ¿verdad?

No comerse una rosca

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