Hoy en día nos pasamos buena parte del año fantaseando con qué lugar exótico será nuestro destino de vacaciones. ¿El sudeste de Asia? ¿Quizás un tour por el norte de Europa? ¿O dejarse llevar por el encanto de Sudamérica? No obstante hace décadas el tema de viajar era algo reservado a las élites y las vacaciones estivales eran mucho más modestas y, por supuesto, cercanas. Por ello, en el secreto de hoy os voy a contar cuál era el destino favorito de los madrileños tiempo atrás para invertir estos calurosos días. Creo que os va a sorprender el dato.
Hay que pensar que estamos a finales del Siglo XIX, cuando Madrid todavía era en gran parte el cogollo urbano que había permanecido encorsetado dentro de la cerca de Felipe IV y que zonas como Chamberí o el Barrio Salamanca era en buena parte todavía terrenos inhóspitos y a medio habitar. Ya después lo que se escapaba de aquellos horizontes era, cuanto menos, la nada. Por ello la zona de Cuatro Caminos era el lugar al que muchos madrileños acudían para pasar sus vacaciones de verano pero ¿Por qué?
Según dice Isabel Gea en su libro Madrid Curioso era la bondad de sus aires la que hacía que este sitio fuese el elegido para descansar y relajarse, otro motivo era la abundancia de agua en la zona. Como os indicaba anteriormente, a finales del Siglo XIX donde hoy se levantan incontables bloques de viviendas solo había huertas y descampados lo que hacía de éste un lugar altamente relajado. Por ello, los que se lo podían permitir, se empezaron a construir aquí fincas de recreo, viviendas a las afueras del estrés capitalino. De hecho, Santiago Ramón y Cajal fue una de las personas que se unió a esta moda adquiriendo una casa aquí.
Así que ya sabéis, ni Benidorm ni Ibiza o cualquier otro punto turístico, los madrileños más pudientes, siglos atrás, veraneaban en Cuatro Caminos ¡Quién lo diría ahora!


1 comentario
Eso no es así. Los madrileños más pudientes desde la segunda mitad del XIX iban a los baños de San Juan de la Luz, en el País Vasco. Hay una zarzuela, Al agua patos!, estrenada en 1888, que ilustra de forma divertida este hecho y costumbre, para mostrar al público madrileño que tenía que aguantar las calores veraniegas, lo bien que se lo pasaban otros. Famosa esta obra por salir en traje de baños las protagonistas y coristas. Se mantuvo en cartel durante treinta años.