Una de las cosas que más me impresionó al comenzar a vivir a Madrid fue observar, durante mis prolongados paseos, como muchos chicos susurraban piropos (o lo intentaban) a chicas desconocidas que se cruzaban por la calle. Algo que jamás había vivido en Pamplona, una ciudad con otra mentalidad bien diferente, y que guarda gran relación con el secreto de hoy.
Mi periplo por esta ciudad me dejó claro que lo de piropear a las chicas por la calle es algo muy arraigado entre los madrileños, algunos lo hacen con más sutileza y elegancia que otros pero os aseguro que he visto a hombres de todas las edades proferir palabras al paso de las chicas. Al instante, siempre me planteo el objetivo real de esta acción y el ratio de éxito, si es que lo hubo alguna vez.
Habrá quien le parezca un hecho de galantería y quien, por el contrario, lo reproche, mi objetivo con este post no es abrir un debate moral sobre esta costumbre. Lo que me gustaría comentaros es un hecho que guarda una relación directa con esto. Resulta que durante la Dictadura de Primo de Rivera (años 1923-1930) quedó prohibido por ley eso de piropear a las mujeres por la calle bajo penas de arresto y sanciones económicas.
El Código Penal de 1928, promulgado mediante el Real Decreto Ley anunció el propósito de conseguir “el desarraigo de costumbres viciosas” producidas por este tipo de “gestos, ademanes, frases groseras o chabacanas”. Por este motivo quedó incluido como falta el piropo “aún con propósito de galantería”. ¿Las represalias? Penas de arresto de 5 a 20 días y multas de 40 a 500 pesetas.
Fue en este momento cuando, por lo visto, el ingenio de algunos madrileños (o las ganas de desafiar, quien sabe) salió a relucir una vez más y alguno de ellos salían a la calle con pequeños cartelitos con inscripciones del tipo “so guapa” o “eres un monumento” que no dudaban en desplegar cuando lo considerasen oportuno ya que sobre las piropos por escrito no se decía nada…
En una ocasión, un periodista del ABC recordaba como en la Calle Toledo observó a un hombre portando una pizarra en la que se podía leer: “Adiós Vicenta, no te digo nada por temor a las cuarenta”. Vecinos, incluso guardias, rieron la ocurrencia del tipo.
Meses después, al instaurarse la República, esta normativa quedó anulada y los madrileños pudieron de nuevo piropear tanto como quisieron sin temor a sanción alguna, sólo a la reacción (a mi modo de entender totalmente justificada) de alguna de sus «víctimas».
5 comentarios
Gracias por este posting, siempre aprendo mucho a traves de sus ojos, Sr. Manu. Tiene Ud. razon que lo del piropo es una costumbre con siglos de usanza; por cierto la vemos en sainetes y tonadillas teatrales del siglo XVIII madrilenyo. Con frecuencia me he preguntado si la blasoneada insolencia y fiereza de las majas dieciochescas tuvieran una de sus raices en el que una mujer pobre, de los barrios bajos del Madrid dieciochesco, habria corrido el riesgo diario de verse convertida en blanco de piropos y propuestas menos que caballerescos.
En Extremadura también era muy común la costumbre del piropo, y si bien es verdad que algunos eran irrespetuosos, eran los menos. La mayoría de ellos eran simpáticos, graciosos, ocurrentes y una mujer a la que se le piropeara con respeto pero con gracia no tenia motivos para sentirse ofendida, sino todo lo contrario.
Pero eso si, aunque te sintieras alagada, en lo posible debías disimularlo si te considerabas una persona formal.
Me ha encantado el post y me he tenido que reir con eso de que llevaban cartelitos y lo desplegaban al paso de alguna moza. Me he imaginado rápidamente al chulapo de turno con pose chulesco abriendo su pergamino a la vista de alguna dama. XD
jjajaja me ha encantado este post! cuando vivi en madrid un dia al salir de la estacion del metro estaban unos trabajadores en la hora del bocata, al pasar me empezaron a decir cosas tales como «ole! asi se camina guapa! ole!» jajajajajaja claro que me dio muchisima risa y una subida considerable de autoestima! jajajaaj
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