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No tiene fachadas de postal y tampoco posee comercios que merezcan, por sí solos, una visita. Es humilde y austera. Sin embargo, aguarda con timidez a que alguien se atreva a descubrirla, consciente de lo mucho que gana en las distancias cortas. En sus escasos 75 metros de longitud, se respira historia y sosiego, motivo que la hacen una de mis calles predilectas de Madrid, la Calle del Codo.
Cobijada en las entrañas del Madrid de los Austrias, se trata de una pequeña callejuela que une la Plaza de la Villa con la Plaza del Conde de Miranda. Su mayor mérito es haber permanecido casi intacta con el paso del tiempo, apenas una tienda de alquiler de bicicletas y un salón de belleza se han atrevido a romper el hechizo que esconden sus muros.
Su nombre se lo otorgó el Marqúes de Grabal ya que hace un giro de 90º, como si se tratase de un brazo. La placa que adorna esta callejuela característica del Madrid de los Asutrias nos muestra el dibujo de un brazo con una armadura medieval. Con echar un simple vistazo a esta ilustración nos hacemos una idea nítida del trazo que adopta la calle.
Sus muros esconden secretos de rufianes y buscavidas, cortesanos y espadachines. Testigos mudos de aquellos sucesos son la Puerta de la Torre de los Lujanes o el Convento de las Carboneras (llamadas así porque veneraban una imagen de la Virgen de la Inmaculada encontrada en una carbonería). Pasear por este romántico lugar nos brinda la oportunidad de aislarnos del bullicio y recorrer el pasado del Madrid sin alborotos ni enjambres de japoneses.
Ya sabéis además lo mucho que me gusta incluir anécdotas para terminar de esculpir mis historias y mi querida Calle del Codo no podía ser menos. Según cuentan las crónicas de la época, uno de sus transeúntes más ilustres fue el escritor del Siglo de Oro, Francisco Quevedo, quien adoptó la insana costumbre de orinar en esta callejuela siempre que volvía de parranda, además con la manía de hacerlo siempre en el mismo portal.
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Fue bautizado como “El edificio más alto de la nación y de Europa” en un claro ejemplo de propaganda franquista tras su construcción, en 1953, y ahora medio siglo después aguarda silencioso, en un enclave privilegiado, a que alguien le devuelva el esplendor y apogeo al que estuvo acostumbrado desde su concepción.
Cada vez que paso por debajo del Edificio España pienso lo mismo, la gestión de este gigante de hormigón es un claro ejemplo de la situación del país. Cuando las cosas se hacen sin cabeza pasa lo que pasa, no me imagino en mitad de la Quinta Avenida o de los Campos Elíseos un edificio de esas características vacío, desaprovechado, sin gente en su interior dotándolo de vida. Una oportunidad inmobiliaria que nadie ha sabido gestionar. Un monstruo de 25 plantas que podría albergar cientos de viviendas absolutamente diáfano. Incomprensible.
Se trata del duodécimo edificio más alto de la capital y hasta 2006 albergó al Hotel Crowne Plaza además de viviendas y oficinas. Sucedió lo que suele ocurrir en la mayoría de estos casos, la dejadez de unos y los empeños de otros fueron deshabitando este símbolo de Madrid hasta dejarlo como lo vemos actualmente.
Su construcción comenzó en 1948 y finalizó en 1953, su fachada y estilo arquitectónico recuerda mucho a los grandes bloques de apartamentos que podemos admirar en Manhattan y es que sus arquitectos tomaron como referencia el Rockefeller Plaza para su construcción. En sus años dorados llegó a tener incluso una discoteca en la azotea con piscina. Ubicado en el nexo de unión entre Gran Vía y Princesa y junto a la Torre Madrid, a sus pies se extiende la Plaza de España, ¿Se puede estar mejor ubicado?
En 2006 el Grupo Santander decidió comprarlo por un precio de 300 millones de euros para darle un lavado de cara y convertirlo en un bloque de exclusivos apartamentos. La explosión de la burbuja inmobiliaria se llevó por delante este proyecto mastodóntico que debería de haberse puesto en marcha en 2010.
Como os digo, es una verdadera lástima ver como este magnífico rascacielos se encuentra olvidado y vacío…bueno no, parece que vacío del todo no está ya que hay quienes aseguran que en la planta 14 habita un fantasma, los últimos trabajadores que desempeñaron labores de desescombro en el bloque aseguran que los ascensores se abrían y cerraban a su antojo y que sucedían cosas extrañas en su interior. Puede que fuesen espectros, quien sabe, o quizás el alma de este edificio, pidiendo a gritos que alguien lo recupere y lo devuelva a la vida.