Es una de las fotos que a todos nos suena de Madrid, los habituales hombres – anuncio que tradicionalmente se han dejado ver en el entorno de la Puerta del Sol, sobre todo en la desembocadura de esta plaza con la Calle Montera portando, por delante y por detrás, esas grandes tablillas donde se publicitan negocios de “Compro Oro”, buffets infinitos a precios imbatibles y algún que otro negocio. En este secreto vamos a descubrir el origen de este modo de anunciarse, o al menos, el primero del que tenemos constancia. Dedicado además a un negocio un tanto peculiar.
Seguro que no imaginabais que ya pudiese haber este modelo publicitario en el Siglo XVII, pero así parece que fue. Nos trasladamos al Madrid del Siglo de Oro, el de los corrales de comedias, el de los tremendos tejemanejes en la Corte y el mismo en el que un hombre te podía dar una estocada que acabase con tus días por algo tan banal como no cederle el paso al entrar en la iglesia.
En aquel Madrid de buscavidas y no pocos líos callejeros fue especialmente conocida una mujer a la que apodaban ‘La Margaritona’, cuya profesión reconocida era la de alcahueta. Algo que la RAE define como “ Persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita”. Es decir, que esta buena señora se las apañaba para que, de un modo u otro, sus clientes saliesen airosos en temas de amor, posibilitando muchas veces encuentros de los que nadie podía tener constancia. ¿Os imagináis la de secretos que esta mujer se llevó consigo?
Lo que se hizo famoso en Madrid fue el modo en el que esta señora captaba los clientes ya que, en el año 1656, muy lejos por aquel entonces de nuestros actuales “compro-oro” ella se dejaba ver por las calles de Madrid portando publicidad de sus servicios en su propia espalda. Una manera muy inteligente de dar gran visibilidad a su negocio. ¿Cuántos amores furtivos se gestaron gracias a esta idea? No obstante, por lo que he leído, esta mujer no terminó demasiado bien y a los 88 años, sí 88, fue enviada a galeras. Aunque tuvieron cierta piedad de ella y no la azotaron previamente ya que, a su avanzada edad, corría el riesgo de no sobrevivir a tal castigo físico.
Así que, amigos, la próxima vez que veáis por el centro de Madrid a una de estas personas, que reparten flyers en plena calle y que portan estos carteles, pensad que una mujer, muy ocurrente y astuta, se les adelantó hace ya más de tres siglos.