Tengo la sensación de que ha rechitado, como muchas de las flores que, cada semana, dan color a su suelo y a su ambiente. Hablo de la Plaza de Tirso de Molina, un espacio que, a mi parecer, ha experimentado una notable mejoría en los últimos tiempos. Recuperando su sonrisa, remontando el vuelo. Por eso quería brindar con ella a través de este post.

Desde que me trasladé a Madrid en el año 2009 siempre sentí este recinto como un lugar ligeramente hostil. No me transmitía buenas sensaciones, a pesar de su teatro, sus primeras terrazas o su vaivén inagotable de gente. Daba la sensación de que era un lugar de paso, pero que no invitaba a quedarse. Sin embargo, últimamente la zona está viviendo una nueva juventud, están abriendo locales de nueva ola como la recomendable Sala Equis y en sus terrazas cada vez es más complicado encontrar una mesa. No hay indicativo más veraz para demostrar su buena salud que ése. Es uno de los lugares de moda de Madrid, y ella lo sabe.

Si hay algo en esta céntrica Plaza de Tirso de Molina que la hace casi única en el cogollo de Madrid son sus puestos de flores. Gracias a ellas el colorido y el revoloteo de los mejores estados de ánimo, son un hecho. Me alegro por ella, por sus comercios y por su vecinos. Algunos sacarán las calculadoras para hablar de temas como la gentrificación o la burbuja inmobiliaria. Yo prefiero pensar en la justicia poética y en las segundas oportunidades.

Plaza de Tirso de Molina, Madrid

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