Está claro que cuando algo te gusta siempre encuentras una nueva manera de mirarlo y de sentirlo. Es lo que me sucede a mí con Madrid, que cada vez que la recorro trato de discurrir un modo distinto de fotografiarlo. Gracias a esta actitud perseverante, a veces me llevo sorpresas como la que os quiero mostrar en esta ocasión. La postal de aires reales que me regalaron ayer Felipe IV y el Teatro Real.

Durante todo este jueves se mantuvo el cielo de Madrid flotando sobre nosotros con un brillo especial. Algo que motivó que la, ya de por sí estimulada paleta de colores, nos sorprendiese con una tarde de lo más estival, de esas que te empujan sin querer a la calle, a caminar sin rumbo, para sentirte un turista más en nuestros entorno más inmediato.

Estuve dando buena cuenta del centro de Madrid hasta que me decidí a emprender mi vuelta a casa. En vez de bordear la Plaza de Oriente, me animé a visitar a Felipe IV, al cual llevaba sin saludar ya demasiadas fechas y, en mi vuelta de reconocimiento, acercándome a su vera, descubrí un poco de vista que me gustó. Por los colores, por la composición, por la paz que desprendía en cada segundo.

La Plaza de Oriente es un espacio al que por desgracia los habitantes de Madrid parecemos haber claudicado, cediendo ante su naturaleza más turística. De todos modos, os animo a pasearlo y a reencontraros con él, como lo haríamos con ese antiguo compañero de pupitre de la escuela. Seguro que os sorprende. Seguro que os vuelve a despertar el interés en su rico patrimonio y, por supuesto, historia. Pocos lugares de Madrid dicen tanto de la ciudad y de su pasado como él.

Plaza de Oriente

 

 

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