Caminar es mucho más que avanzar en el espacio. Pasear significa, o así lo entiendo yo, desplazarse sobre el plano, observando cuanto te rodea, admirando cada detalle, contagiándose del humor de las calles que vamos dejando atrás. Una que me relaja sobremanera es la Calle de los Señores de Luzón, la cual desemboca a la Calle Mayor, poquito después de la Plaza de la Villa y que antaño recibió otros nombres, como Calle de los Estelos o Calle de San Salvador.
Creo que son sus maneras simétricas y ese horizonte que se fuga delante de nuestra mirada lo que hacen que sea tan amigable. Hace tiempo leí que la sencillez enamora. Escasas palabras que transmiten una verdad inamovible. No tiene comercios, tampoco suele tener gente, tan sólo un pequeño oasis verde en sus metros finales y mucho silencio. Y esto, en una ciudad que pocos ratos entorna sus ojos es un valioso deseo.
Si no fuese por los pivote que encauzan y guían el paso de los coches, pensaríamos estar en una imagen de otro tiempo. Sus farolas, sus forjas, sus curiosos balcones. Así es esta humilde calle de Madrid por la que me gusta transitar siempre que puedo, antes de que el ruido me sacuda los pensamientos y me devuelva al otro Madrid, más ruidoso, más real. Menos secreto.