Tan frondosa que no parece ni ella, tan arbolada que sus dimensiones parecen más pequeñas y recogidas, como los abrazos de invierno, como los recuerdos en color sepia. La Plaza Mayor se ha ido adaptando, mejor que nadie, a los nuevos gustos y necesidades de Madrid y parece que ahora, aunque sea ligeramente, volverá a mostrar aquella verde sonrisa. Difícilmente nos regalará momentos, como en esta bonita estampa del año 1895 pero por soñar, que no quede.
Aquella Plaza Mayor era un poquito más de todos, sin tantas terrazas pero con muchas más sombras. Con menos acento turista y bastante más deje castizo. Otros tiempos, otros sonidos. Incluso un tranvía se dejaba ver por su perímetro, bordeándola una y otra vez, incansable. Como si fuese una maqueta de tren de esas que, por estas fechas, aparecen por sorpresa en la mañana del 6 de enero en no pocos hogares de Madrid y de toda nuestra geografía ante la algarabía de los seres más especiales, los niños.
Más de 120 años lleva esta imagen de la Plaza Mayor de Madrid acumulando buenos propósitos. Fue coso taurino, espacio de beatificaciones. Hoy sigue soportando mercadillos navideños y todavía le quedan muchos sueños por cumplir. Y es que resulta que cocas cosas ya sorprenden a este recinto menos, quizás, su propio pasado. Un reflejo donde seguramente se nos ofrece más irreconocible que nunca.