Hay momentos tan hermosos que, necesariamente, llevan ligados un silencio, para que nada perturbe la belleza. Es lo mismo que ocurre con alguna de las fotografías antiguas de Madrid que, de vez en cuando, tengo la suerte de toparme. La de hoy es una de ellas, apenas necesita presentación o el acompañamiento de varias líneas que la complementen. Es mejor aparcar las manos y no escribir. Es preferible dejar la cabeza en blanco y fijar los ojos en ese recuerdo. Tan falto de colores, tan lleno a su vez de nostalgias.
Imagino que lo que más os estará sorprendiendo es ver el Paseo del Prado repleto de palmeras. Una exótica presencia que alguno podría creer obra del photoshop pero fue tan real como aquellos viandantes que, con las manos bien refugiadas de los vientos capitalinos, paseaban por aquella capital de aires descaradamente elegantes.
Estamos en 1945 y, como podéis suponer, eran tiempos realmente complicados para una ciudad y una población que aún tenía demasiado presente los bombardeos de la Guerra Civil y unas heridas que todavía tardarían años en cicatrizar. En esta furtiva mirada del gran Diego González Ragel el fotógrafo parece aislares del entorno y de la realidad que retrata. Por el punto de vista le podemos intuir agazapado, aprovechando la protección que le brindaban los troncos de aquellas palmeras para inmortalizar la vida que se dejaba ver a los pies del Palacio de Comunicaciones.
Si cerráis los ojos casi podéis escuchar el silencio con el que se comunicaba aquel Madrid, el frío, físico y mental, que se apoderaba de aquella ciudad. Los pensamientos, vagos y peregrinos, con el que aquellos madrileños anhelaban llenar sus cabezas. Su vía de escape a una realidad enormemente gris. Casi tanto como este áspero recuerdo.
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Bastante más bonito y cuidado que em la actualidad