Algo tan inocente como un improvisado partidillo de fútbol entre chavales nos sorprende hoy sobre manera por el escenario donde se desarrolla. Con la percepción actual que tenemos de la Puerta del Sol, si hoy unos mozos tratasen de emular a sus ídolos del firmamento del balompié, sobre las ennegrecidas losas de esta plaza, no tardarían demasiado en chocar con algún viandante o en ver como su pelota se pierde, osada, entre un enjambre de piernas.
Pero claro, aquella Puerta del Sol era la misma pero también era distinta. Sobre los tejados y fachadas se agolpaban enormes anuncios publicitarios, hoy prohibidos por ley. Una presencia que contrasta con la ausencia de la estatua ecuestre de Carlos III que, de modo casi inconsciente, echamos en falta al contemplar el centro de la explanada. No había bordillos o aceras que hiciesen de fronteras entre peatones y coches, tampoco infinitos artistas callejeros o mimos. Ese Madrid era más genuino, menos estridente. Puro.
La Calle Mayor, Arenal y Preciados asoman en esta ventana al pasado, una viñeta que nos eclipsa por su naturalidad. Los niños hacían lo que tienen que hacer, jugar, daba igual dónde, que para eso son niños y han de vivir despreocupados. Según he podido leer, esta fotografía data del año 1936. Faltaría saber el mes concreto pero por el buen y alegre ambiente que se respira en la imagen, deduzco que fuese tomada antes del estallido de la Guerra Civil.
La primera bombilla eléctrica, la llegada del viaje inaugural del Metro o el asesinato de José Canalejas. La Puerta del Sol ha sido testigo y protagonista de muchos acontecimientos históricos para la ciudad de Madrid. Pero entre sus ilustres recuerdos también hay hueco para momentos entrañables como el que hoy presenciamos. Algo tan sencillo, y por desgracia cada vez menos común en nuestras calles, como un juego de niños. Ojalá esta dinámica cambie pronto.