El Arco de Cuchilleros es, por su singularidad y por su historia, uno de esos lugares de los que te encariñas casi de forma inmediata. En el epicentro del Madrid más turístico, de restaurantes que ofertan menús de paella y sangría y tiendas de suvenires cargadas de imanes de flamencas, este trocito aguanta de forma estoica y se mantiene (casi) inalterable. Seguramente por eso sorprende y gusta tanto.

Una de sus grandes virtudes es que al contemplarlo, rápidamente uno se siente que viaja en el tiempo, que abandona este 2017 que ya se acerca a su fin y que se transporta a 1919, año en el que está fechada la foto. Los elementos arquitectónicos se mantienen iguales, la curva de la Cava de San Miguel, los edificios… Todos ellos han sabido envejecer con gusto, mostrándose fieles a su identidad.

Los grandes cambios los notamos sobre el suelo, donde unas señoras vestidas de riguroso negro charlan en la esquina. Igual de inmóvil que ellas, una carreta estática parece posar para nosotros de forma disimulada. Parroquianos y vecinos disfrutan de una distendida y tranquila rutina. Un panorama opuesto al ambiente que se respira en nuestros tiempos en este lugar, con un tráfico incesante y grupos de turistas que fotografían todo cuanto les rodea.

El Arco de Cuchilleros es un escenario de Madrid que inspira y no engaña, que según lo ves te lo imaginas viviendo otras épocas como las que vemos en la foto, el acceso más admirable de la Plaza Mayor, una postal hecha realidad.

Arco de Cuchilleros en 1919

Gracias a Manuel Revilla por hacerme llegar esta fotografía.

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