Me movía yo, hará un par de semanas, por el entorno del Museo del Prado, entre largas colas y turistas cuando de pronto recordé aquellos recuerdos en tono sepia de esta pinacoteca, en los que parecía casi invisible para los ojos de los madrileños y del mundo. Me propuse por ello recuperar y mostrar aquella faceta anónima de este lugar. Días más tarde, rebuscando y rebuscando encontré esta foto de 1864 que refleja a la perfección mis intenciones.
Obra de Auguste Muriel y perteneciente en la actualidad a la Biblioteca Nacional de España en ella vemos lo abrupto de aquel perímetro del Museo del Prado, en el cual los escasos visitantes eran encauzados por un estrecho sendero hasta llegar al acceso. Apenas cuatro personas y un terreno muy abrupto eran la sencilla realidad con la que convivía, día tras día, este museo que ya está muy cerca de festejar su bicentenario.
A sus espaldas una compañía que no ha variado demasiado con el caer de los años, la Iglesia de los Jerónimos. La única diferencia es que antes sobresalía en soledad y ahora lo hace acompañada de otros tantos horizontes, pero ella ahí se mantiene, amanecer tras amanecer. Detrás, la ciudad parecía abrazar su fin, si veis algún plano antiguo de Madrid, sabréis que en buena parte esto era así.
Siempre es grato recordar cómo era la vida de algunos de los puntos de interés más relevantes de Madrid. Hoy no los entendemos sin gente haciéndose fotos a sus pies, sin vendedores, sin visitantes, sin vida pero antaño su verdad era totalmente opuesta, y aquí tenéis la prueba de ello.

