Es curioso. Contemplar una fotografía de un día lluvioso, como el que se nos ha presentado hoy en Madrid, produce la misma sensación reconfortante que cuando pegamos la punta de la nariz sobre el gélido cristal de la ventana y miramos al exterior mientras las gotas de agua atizan cuanto observamos. Sucede sobre todo con imágenes tan reales como la que os traigo hoy que, debido a su naturalidad, nos da la sensación de estar viviéndolas en primera persona, pasando a formar parte de ese paisaje.
Los días pasados por agua tienen un toque casi mágico, el ruido de la lluvia chocando con la realidad, los surcos que van dejando las ruedas a su paso sobre el asfalto sudado, esas carreras aceleradas en busca de un salvador porche… Seguro que todos estos elementos se dieron en esta emotiva foto de Miguel Urech disparada en el año 1948. Una inesperada confidencia bajo un paraguas en el cruce de la Calle Mayor con la Calle Esparteros con la Puerta del Sol como testigo.
Viendo esta imagen nos queda clara una cosa, la lluvia no frena a Madrid, quizás entorpezca su tráfico y produzca aglomeraciones en su transporte público pero sus aceras siguen repletas de gentes, de historias, de ilusiones. Las jornadas de aguacero refuerzan el tono gris de estos retales del pasado pero lo hace con gusto. Una estética que provoca que, por unos segundos, anhelemos pasear por esas mismas aceras mojadas, imaginando que somos protagonistas de otras vidas, separadas en el espacio y en el tiempo, de las nuestras.
Madrid hoy, a cada momento, no sigue regalando bonitas miradas a cada paso, tal y como lo hizo también en el pasado. En ese sentido, siempre llueve sobre mojado.