La Plaza de Callao es sin duda uno de los símbolos del Madrid más comercial, el punto donde confluyen franquicias y personas a un ritmo desorbitante. Los reflejos de sus neones nos envuelven al caer la noche, hasta ese momento, el hormigueo de personas fluye animoso, sin que nada ni nadie lo pare pero, un día a día sin respiro pero ¿Fue esto siempre así?
A partir de 1921 se empezaron a desarrollar las obras del segundo tramo de nuestra querida Gran Vía y éstas se dejaron notar, y mucho, en la Plaza de Callao (ya existente con anterioridad). Los edificios desaparecieron, el suelo y el cielo de Madrid se abrieron, se formó un enorme terraplén por el que circulaban de modo incesante carromatos cargados de piedras. Unos trabajos que aparecen retratados en la postal de la semana.
Antes de esta metamorfósis, Callao era una pequeña placita a la que daban algunas de las calles más sórdidas y miserables de Madrid, como el callejón de San Jacinto. Su nombre, que da pie a numerosos chistes fácil y juegos de palabras, se debe a la batalla de 1866 que tuvo lugar en el puerto peruano de Callao. Una vida más o menos normal y tranquila hasta que dieron inicio los trabajos que cambiarían para siempre su aspecto y su estatus.
El cronista de Madrid, Pedro de Répide decía de ella: ”Ha cambiado mucho su aspecto de cuando daba a ella el sórdido callejón, más que calle, de San Jacinto y servía de paso a la Calle de Jacometrezo y a la travesía de Moriana. Ahora queda abriéndose a ampliamente a la nueva avenida…”. Y eso que estas palabras se escribieron en 1925. Seguramente si viese el estado y la actividad de la plaza ahora, casi un siglo después, se tendría que pellizcar varias veces antes de digerir la nueva realidad que, paso a paso, se fue apoderando de este rincón de la Villa.