Hace ya mucho tiempo que la llegada de la Navidad y su disfrute es sinónimo de iluminación nocturna. De hecho, el encendido del alumbrado de las calles es, cada vez, una de las fechas a las que más atención presta la gente. El verdadero inicio de las fiestas y de su contagioso espíritu.
Recuerdo los primeros años que viví en Madrid, como el resplandor de las calles era mucho más prolongado e intenso. El contexto económico de la última época ha ido restando espectacularidad y brillo a las noches de la capital, algo comprensible por otra parte. Sin embargo, es imposible no entornar los ojos bajo estas coloridas luces y no sentir una caricia de emoción mientras aceleramos el paso para sacudirnos el frío.
No obstante, si la iluminación de los últimos años hay a quien le parece pobre o escasa, ¿Qué os provoca y despierta la fotografía antigua de este semana? En ella vemos a una Plaza de Callao atiborrada de gente (hay cosas que no cambian) pero con una iluminación, tan escueta y sencilla, que más que provocarnos sentimientos positivos casi nos empuja tímidamente hacia la melancolía. Una escena que una marabunta borrosa que baila a los pies de una espesa bruma, otorga a este recuerdo de 1972 un puñado de sensaciones casi opuestas a las actuales Navidades en Madrid.
La fotografía antigua de esta semana es peculiar, diferente.Extraña. Si habitualmente, entre los recuerdos de Madrid se desprende un aroma de recogimiento y abrazo, hoy la capital nos parece más taciturna que nunca. Como si ya no aceptase nuestros abrazos, como si ya no le gustase nuestra fugaz compañía.