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El origen de las terrazas en Madrid

Una vez más, avanzamos con paso firme hacia el septiembre más sombrío, atrás vamos dejando los largos días de sol, la ropa ligera y un elemento imprescindible del verano, las terrazas. Hoy en día, cualquier bar, sin importar su estilo o condición, aprovecha la mínima porción de acera para poner unas mesas y unas sillas al aire libre. No se concibe un verano sin ellas pero, ¿en que lugar de Madrid se instalaron las primeras terrazas?

Para llegar al punto exacto donde se puso en marcha esta bendita costumbre hay que desplazarse hasta la Plaza del Sol y de ahí, a unos escasos metros encontramos el coqueto y recóndito Pasaje de Matheu, que une la Calle Espoz y Mina con la Calle Victoria. Fue precisamente en esta callejuela donde los madrileños pudieron disfrutar, por primera vez, de sus consumiciones al aire libre. Gozando del buen tiempo y del sol. Actualmente es un lugar en el que abundan los restaurantes para ‘guiris’ con enormes cartelones ofertando paella y sangria. ‘Spanish typical food’ a raudales. Sin embargo, en su origen este rincón ofrecía una imagen bien distinta.

Hace unas semanas os hablaba del jardín secreto de Hermosilla 26, a la que definí como un trocito de Londres en el centro de Madrid. Pues este pasaje, durante la segunda mitad del Siglo XIX trató de ser un París reducido a la mínima escala. En aquellos años las galerías comerciales causaban furor por toda Europa, tal fue así que el Matheu en su concepción original fue una galería de tiendas, con elegantes entradas a ambos lados y todo cubierto con un techo de vidrio y metal. Había importantes comercios de ropa de dama y caballero y una iluminación llamativa a lo largo de todo el pasaje.

Más tarde, a lo largo de la década de 1870 surgen los dos primeros locales que pusieron terrazas a sus respectivas entradas, sus dueños eran franceses, un país en el que ésto era de lo más normal, una cuestión que sin embargo, chocó a los madrileños en un primer momento. Lo más curioso de todo es que los dos gerentes eran de posturas políticas e ideológicas totalmente opuestas. Uno, monárquico y conservador que bautizó a su local como Café de París y otro, revolucionario y republicano que llamó al suyo Café de Francia.

Por lo visto, ambos lograron convivir, uno junto al otro, en paz a pesar de sus diferencias, sin saber que su iniciativa de sacar las mesas de los clientes al exterior, se convertiría, casi un siglo después, en uno de los símbolos más representativos de la ciudad y del país, las terrazas de verano que tanta vida dan a nuestras calles.