Browsing: Paseo

Bagatelas por Malasaña

Este domingo, recién llegado de mis vacaciones, pude dar rienda a una de mis rutinas favoritas de lo que ha sido mi vida madrileña, un paseo vespertino entre las calles de Malasaña.

El último día de la semana el barrio adquiere una dimensión especial. El color que adquieren las fachadas de los edificios ante la inminente marcha de los rayos de sol contrasta con los locales que palpitan vida, llenos de gente que saca punta a las mejores jugadas de la última juerga disfrutando de un café. Las infinitas pintadas en las paredes y en las verjas de los comercios son testigos de lo que digo.

Paseando un domingo cualquiera por Malasaña puedes sentir todavía los restos de la enésima noche que ha agitado Madrid, la resaca se palpa en el ambiente. El Penta, la Vía Láctea y demás garitos disfrutan ahora de un merecido descanso, ahora los pasos se dirigen a puntos de encuentro como el Lolina Vintage Café. Malasaña tiene un carácter único, entre canalla y melancólico. Se hace mayor pero no envejece. Así ha estado siendo desde que este barrio, cuyo nombre oficial es el de Maravillas, se convirtiese en el epicentro de toda la Movida Madrileña.

Mi itinerario por este barrio siempre suele ser el mismo (hay cosas que cuando están tan bien, no hay porqué tocarlas, ¿no?). Emprendo mi ruta por la Calle San Andrés hasta dar con la bulliciosa Plaza del Dos de Mayo. Meca del movimiento del botellón y que los domingos, con el buen tiempo, invita al ‘terraceo’ de modo descarado. (Si optáis por cenar aquí la Pizzeria Maravillas es todo un acierto). Sigo descendiendo ante la impasible vigilancia de las manecillas rojas del reloj de la Telefónica hasta dar con una de mis calles favoritas de Madrid, Espíritu Santo.

Esta calle es la que más vida tiene de todo el barrio. Tiendas, cafés, restaurantes, todos colaboran de forma desinteresada en dar un colorido único a una calle que se ha puesto muy de moda en los últimos años y que refleja mejor que ninguna ésta segunda juventud que vive Malasaña. Una parada obligatoria es la Happy Day Bakery, en el número 11, una pastelería con productos americanos, ambientada en los años 50 donde disfrutar de unos maravillosos cupcakes.

Actualmente esta calle invita a ser recorrida de forma plácida y disfrutando de cada uno de sus rincones y escaparates pero hace no mucho ésto no era así, la ‘Movida Madrileña’ fue un arma de doble filo de la que algunos nunca llegaron a escapar, como Enrique Urquijo, cantante de Los Secretos cuyo cuerpo sin vida fue encontrado en el interior de un portal, precisamente aquí, en el número 23.

Después de rondar un rato más comienzo a dispersarme, ya sin rumbo definido, por las calles de alrededor, consciente de que tanto a mí, como al barrio, se nos agota el fin de semana, el lunes ya amenaza en el horizonte. Llega el momento de la retirada no sin antes echar la vista atrás y pensar: “volveremos a vernos”.

La curiosa relación entre Madrid y Pamplona

Hoy he descubierto un curioso nexo de unión entre Pamplona y Madrid así que tan pronto como he podido me dispongo a compartirlo con vosotros, ¿Os podéis imaginar que tienen en común el Paseo Sarasate y el Palacio Real?

Si no lo conocéis, uno de los edificios más impresionantes de todo Madrid es el Palacio Real. Tras el incendio de la antigua residencia de los Reyes en 1734, Felipe V mandó construir un nuevo alojamiento para los monarcas, eso sí, este completamente de piedra para protegerlo de las llamas. Más de dos siglos después de su construcción, su majestuosidad sigue dejando con la boca abierta a más de uno.

En el proyecto original la cornisa de este gran edificio iba a estar decorada por 108 esculturas de gran tamaño. Éstas representarían a los monarcas de los diferentes reinos relacionados con la monarquía española: América, Portugal, Castilla, Aragón, Galicia, Navarra y a los distintos Reyes de España.

Finalmente nunca se colocaron en su ubicación original ¿El motivo? A día de hoy no está claro. Una primera hipótesis dice que el peso de todas ellas podía dañar la estructura del edificio pero a mí me gusta más la segunda teoría.. La Reina Isabel de Farnesio (esposa de Felipe V), supersticiosa y paranoica, tuvo varias pesadillas en las que veía como un terremoto sacudía la ciudad de Madrid y las estatuas terminaban por caer encima suya hasta aplastarla. Estos perturbadores sueños podían ser una premonición sobre el final de la monarquía por lo que Isabel instó a su hijo, el Rey Carlos III, a colocar las estatuas en otro lugar “menos peligroso”. Dicho y hecho.

El caso es que el tejado del Palacio Real nunca contó con esta ilustre compañía y las figuras de piedra permanecieron guardadas en unos sótanos subterráneos hasta que Isabel II llegó al trono y decidió repartir estas esculturas por toda la ciudad y por toda la geografía Española.

Muchas de ellas no tuvieron un viaje demasiado largo y se quedaron en la Plaza de Oriente o en los Jardines de Sabatini, a escasos metros de su ubicación original, pero otras llegaron a sitios como El Ferrol, Vitoria o… Pamplona!!! En 1885 comenzó la reurbanización del Paseo Sarasate y se optó por adquirir varias de estas esculturas para adornar el paseo. La idea era traer las de distintos Reyes de Navarra, como Sancho el Fuerte o Iñigo Arista.

La realidad fue bien distinta ya que se enviaron seis esculturas (una reina y cinco reyes) aunque sin atender al deseo sobre su identidad. Sólo dos de ellas, la de Felipe III y la de García Ramírez, el Restaurador, tienen algo que ver con Navarra puesto que las otras cuatro no se sabe a ciencia cierta a quien representan.