Siempre ofrece un función distinta, y además gratis. Quizás lo primero sea lo que hace tan adictivo al Templo de Debod y sus atardeceres, que uno se desplaza hasta él a la hora estimada en la que al sol le dará por ocultarse y nunca sabe lo que le espera.
A veces el paisaje se torna anaranjado, otras ocasiones un halo azul envuelve todo cuanto se muestra ante nuestros ojos. Y también, las menos, el cielo de Madrid se exhibe juguetón, destapándose entre franjas rosáceas y lilas, regalándonos un espectáculo superlativo.
Así lo cuenta Ainara García, autora de la foto y del blog El Mundo a través de un visor cuando relata como se sintió al tener delante de sí el atardecer soñado, el que todos querríamos saborear al menos una vez en la vida.
No es un secreto que desde este lugar se pasean los mejores atardeceres de Madrid, el Templo de Debod, los misteriosos reflejos que se forman en el agua que lo rodea y el cielo que se apaga en el horizonte conforman una trinidad que los amantes de la Villa veneramos como pocas. Seguramente en señal de agradecimiento, por tantas y tantas visitas, al milenario templo de vez en cuando le da por destaparse con postales como la que hoy comparto con vosotros.
Sinceramente, si ya impresiona viéndolo a través de la pantalla no me quiero imaginar como tuvo que ser para los afortunados asistentes a esta cita a ciegas en la que uno jamás se intuye lo que se va a encontrar. Viendo esta fotografía a uno le entran ganas de seguir acercándose, una y otra vez a este sitio, hasta dar con algo parecido. Con ello todo esfuerzo y tiempo habrá valido (mucho) la pena.