Echando la vista atrás siempre siento cierta envidia de aquellos moradores de Madrid que pudieron ver y sentir de mucho más cerca los principales atractivos de la ciudad. Quizás entonces no se protegían tanto los monumentos, puede ser que ellos fueran más cívicos, seguramente las ciudades estaban más diseñadas para los que se mueven a pie que para coches y otros vehículos.

De aquella morfología de ciudad, se deslizan recuerdos como éste, que data del año 1934. En él vemos una Puerta de Toledo por la que se podía pasear y descansar, con un pasillo central, escalones incluido, que más de uno hubiésemos disfrutado transitado, haciendo fotos, sintiendo de cerca este majestuoso elemento urbano que nos hace recordar el pasado, encorsetado, de Madrid.

La Puerta de Toledo que apreciamos en la actualidad no siempre fue así, de hecho, la que hemos heredado es el cuarto modelo de este acceso por el que entraban y salían los viajeros y gentes que tenían como destino el sur. Guarda una curiosa paradoja en su haber y es que, levantada entre 1813 y 1827, su proyecto de construcción se puso en marcha durante el reinado de José Bonaparte pero precisamente se inauguró como arco triunfal para conmemorar la llegada al trono de Fernando VII y la expulsión de las tropas francesas.

Carruajes, tranvías, peatones… Ahora entiendo porque cada vez que me cruzo con ella la percibo triste y ligeramente melancólica. Añora aquellos días de compañía y movimiento. Hoy un precinto de coches y tráfico la aíslan de una ciudad que, por momentos, ya no parece su casa.

Puerta de Toledo 1934

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