El año 1898 fue especialmente convulso para los interese españoles, la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico supuso un enorme revés para nuestro país. Sin embargo, a miles de kilómetros de aquellas intensas refriegas Madrid trataba de continuar con su día a día del mejor modo posible.
Pronto llegaría el cambio de centuria y con ello proyectos y modificaciones definitivas en la capital, pero hasta que la gran mutación de la Villa se hizo una realidad tangible, aquel Madrid tenía muchos más de aromas de provincia que de gran urbe Europea. Aquellos madrileños disfrutaban de prologadas tertulias en los cafés, vivían con emoción las noches de verbena y no conocían el fútbol ni por supuesto la televisión. Era un Madrid distinto al actual, casi podríamos decir que un pueblo de grandes proporciones, de espíritu amable y cariñoso. Una ciudad que me temo, todos añoramos un poquito.
Hoy nos detenemos en la Plaza de Cibeles que, curiosamente no contaba con la visita de coches, sólo de un avanzado tranvía y de varios carruajes de tracción animal. Ya estaba allí, como podemos observar, el Palacio de Linares (desconocemos sí ya por entonces contaba con espectros en sus estancias) y también la perenne Puerta de Alcalá. Quien todavía tardaría mucho en llegar sería el Palacio de Comunicaciones, por eso en la esquina superior de la derecha distinguimos un terreno hoy inexistente, los Jardines del Buen Retiro.
Las vías del tranvía eran los únicos borrones de una casi inmaculada plaza, por la que peatones avanzaban sin preocupaciones, por donde la gente caminaba como si de una actual plaza pública se tratase. Muy lejos de aquella escena, España se jugaba buena parte de su futuro como país pero en la capital, Madrid, la tranquilidad y serenidad, era la nota predominante. Unas décadas más tarde, el tráfico y el gentío empezaría a invadir esta plaza, hasta darle su aspecto actual.