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Unos apuntes sobre Lavapies...

Siempre he insistido en que algo de lo que más me fascina de Madrid es la marcada personalidad que tienen sus barrios, cada uno es un mundo en sí mismo, con un aire diferenciado, una disparidad que se hace palpable incluso de una acera a otra, en aquellas calles que hacen de fronteras imaginarias. Chueca, Malasaña, Chamberí o Salamanca viven cada uno a su manera pero si hay un barrio que no entiende de normas ni códigos es Lavapies.

Caminar por este barrio es una pasarela de contrastes, su población, principalmente inmigrante, ha ido dejando su poso en el carácter y en el trasfondo del barrio. Ver angostos ‘videoclubs’ empapelados con dvd´s de Bollywood junto a las típicas corralas madrileñas o a colmados de productos latinos descoloca pero hipnotiza. El Madrid más cosmopolita vive alejado de los neones, entre edificios sin ascensores y fachadas que piden a gritos una nueva capa de pintura.

El barrio, de más de 500 años de historia, fue la antigua judería de la ciudad. Un hecho que marcó para siempre el devenir del barrio. Con la expulsión de la comunidad judía, la sinagoga fue derribada y sobre el mismo solar se levantó la Iglesia de San Lorenzo. En un intento de borrar cualquier rastro del pasado, los nombres que se les pusieron a las nuevas calles, fueron toda una declaración de intenciones, con marcado carácter religioso. La Calle de la Fe o la Calle del Ave María son un ejemplo.

De aquella época medieval, el barrio heredó un rasgo que le acompañaría durante toda la historia y que nadie podría borrar, su nombre. Parece ser que en la plaza central del barrio había una fuente en la que los judíos llevaban a cabo la ablución y se lavaban los pies antes de entrar al templo. De ése hecho el barrio finalmente terminó llamándose ‘lavapies’. Ahora, casi seis siglos después de ser expulsados, los de aquí, y los de allá, conviven en armonía, cada uno portando su credo y sus costumbres.

Lavapies brinda la oportunidad de tomarte una caña bien tirada en un bar castizo, cenar después en un restaurante indio y tomar un deliciosos mojito en una tasca cubana. Un itinerario que nos permite viajar miles de kilómetros en apenas 400 metros de acera. En total, 88 nacionalidades que nos demuestran, día a día, que la convivencia entre diferentes culturas es viable cuando ambas partes quieren.