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Eloy Gonzalo es uno de los muchos héroes patrios que son homenajeados por las calles de Madrid. Su escultura, en la Plaza de Cascorro, es una de las más castizas y conocidas de la ciudad, no así su propia historia. Una vida que pasamos a conocer en este secreto….

En 1896, como miembro del Regimiento de Infantería de María Cristina es destinado a Cuba. Allí, la situación para las tropas españolas se complica hasta que se hace insostenible. 170 combatientes españoles, rodeados y arrinconados, frenan como pueden las acometidas de 3.000 insurrectos cubanos en la localidad de Cascorro. La guarnición española estaba siendo duramente castigada y la única vía para cambiar el signo de la contienda era explotar un fortín de madera desde el cual les causaban graves daños. Es en aquel momento en el que el mito y la leyenda de Eloy Gonzalo comienzan a forjarse. El soldado se ofreció voluntario a llevar a cabo esa misión suicida. Sin una familia que le echase de menos aceptó ser él quien volase por los aires el núcleo de resistencia. “Soy inclusero y no dejo a nadie que me llore o me precise”, comentó al aceptar el reto. Para ello, sólo puso una condición, adentrarse en la línea enemiga atado con una soga para que, en caso de morir, su cuerpo pudiera ser rescatado y enterrado en España.

Tal y como podemos ver en la escultura erigida en su honor, marchando con paso firme, con un fúsil, una lata de petróleo y la cuerda, Eloy Gonzalo llevó a cabo su misión con un rotundo éxito y esquivando a la muerte, lo que le convirtió en un héroe nacional. Fue condecorado con la Cruz de Plata al Mérito Militar y a recibir una pensión de 7 pesetas mensuales. En 1897 se le otorgó su nombre a una importante calle, en el barrio de Chamberí y años más tarde, en 1902, el Rey Alfonso XIII inauguraba la escultura en su honor. En cuanto a nuestro protagonista de hoy, una malaria terminó con su vida en 1897 y tras el desastre del 98 su cuerpo fue repatriado y desde entonces, descansa en el cementerio de la Almudena. Sin embargo, su recuerdo permanece intacto en el colectivo madrileño, sobre todo, cada domingo, cuando cientos de personas se dan cita en la Plaza de Cascorro y observan la escultura de este valeroso soldado con esa cuerda que nunca hubo que usar.