Lo que más me enamora de las fotografías antiguas de Madrid es que nos ponen ante los ojos pruebas irrefutables de épocas pasadas de la capital que, como mucho hemos podido imaginar, y nos descubren realidades de sitios que hemos pasado una y mil veces, sin darles el valor que merecen.
Es lo que me sucede con esta preciosa estampa de los años 50, tomada en el cruce de las calles Cruz con Espoz y Mina. Hoy, este cruce de caminos es un paso constante de gente, en su enorme mayoría gentes de paso y turistas (no olvidemos que nos encontramos a muy pocos pasos de la Puerta del Sol). Muchos restaurantes y locales de comida, una leve explanada siempre ocupada por furgonetas de reparto y bebidas, para nutrir a los locales de la zona, una cartela sobra una fachada que nos recuerda una época aún anterior a la de la fotografía, cuando aquí se instaló un Corral de Comedias, y como elemento más destacado de este hormigueo de vida un gran trampantojo sobre una de las fachadas del lugar.
Nada que ver con la escena elegante que nos ocupa en esta ocasión, por los ropajes de la gente, todo apunta a que nos encontramos en otoño, o incluso invierno. Unos peatones que ocupan acerca y carretera por igual y que parecen actores de una función de teatro, congelada en el tiempo, en la que no falta ni un guardia urbano al que, intuimos, bastante ocioso. Imposible no fijarse en el imponente local y publicidad de Casa Seseña (hoy siguen instalados a muy poquitos pasos del local de la fotografía, en la calle de la Cruz).
No obstante, de todos estos personajes que caminan ante nuestros ojos por el corazón de Madrid, yo me quedo con ese abuelo que camina con dos niñas que parecen sus nietas, cada una bien sujeta a sus respectivas manos. Es posible que, echando unos cálculos rápidos, hoy ambas sigan vivas. Ojalá esta foto llegase hasta sus ojos y pudieran revivir, por unos instantes, la magia de aquel Madrid, del que ellas fueron testigos directos.
