Llega San Valentín y es el momento de confesar uno de los rincones con más hechizo y encanto de Madrid, el Jardín del Príncipe de Anglona. Ciertamente, no se me ocurre mejor lugar para aventurarse en una jornada romántica ya que, a mi gusto, se trata del rincón más íntimo y coqueto de cuantos he podido descubrir durante todos mis paseos por Madrid, y os aseguro que han sido unos cuantos.
Rodeado de historia, y de historias, sus muros han sido testigos de innumerables citas y palabras susurradas al oído. Aun así, a pesar del paso de los años, continua siendo lo suficientemente poco conocido para arrojar una importante dosis de intimidad a sus visitantes, que es lo que precisamente busca todo aquel que se aproxima a conocerlo. Madrid cuenta con muy pocos ejemplos de jardín nobiliario del siglo XVIII y éste es uno de ellos. Su biografía se escribe de modo paralela y conjunta al inmueble que lo flanquea por uno de sus lados, el palacio de Anglona. La diferencia es que antiguamente este frondoso oasis de paz estaba reservado para unos pocos y ahora se muestra sin complejos a cualquiera que se anime a recorrerlo.
Este delicioso paraje, que salva con maestría el desnivel que se produce entre la calle Segovia y la plaza de la Paja, cuenta con variados elementos. A destacar sus árboles frutales, varios parterres, un solitario templete y una fuente de granito en el centro. Entre todos conforman un decorado de ensueño que parece extraído de una novela. Si te acercas a conocerlo, con un poco de suerte encontrarás libre uno de sus bancos de piedra. En él, sin agobios y bajo una sombra os invito a reposar las piernas, sin mirar la hora. Así es como mejor se disfruta este impagable secreto de Madrid.