Lo han vuelto a hacer. Otra tropelía a la luz del día, sin avisar, tal y como antes cayeron otras. Esta ocasión duele de manera especial ya que era uno de esos guiños que siempre buscaba cuando exploraba Madrid. Se confirma que los neones rojos que coronaban el Edificio de Telefónica se han apagado para siempre.
Autor: Manu
Totalmente irreconocible. Así se muestra el Paseo de la Castellana en esta imagen que nos produce cierto vértigo al tratar de comprender la brutal transformación que ha experimentado esta arteria de Madrid. Conozcamos el porqué de su nombre y otros secretos más a través de esta peculiar mirada.
Aguanta cada día el paso de miles de personas ante su fachada pero prácticamente resulta invisible a los ojos de la gente. Un torrente que se multiplica los fines de semana. Allí, en mitad de Fuencarral, haciendo esquina con Augusto Figueroa aguanta como puede el Humilladero de Nuestra Señora de La Soledad.
Resulta curioso como, a pesar del paso del tiempo algunos puntos de Madrid no dejan atrás su vitalidad y efervescencia. Lo pude comprobar hace poco al pasar por la Glorieta de Cuatro Caminos. Me sorprendió el enorme gentío que se agolpaba en sus aceras. Hoy descubrimos que, más o menos, siempre fue así.
Suele ser protagonista de muchas de las estampas más repetidas de Madrid, me refiero al estanque del Retiro, una gran superficie cubierta de agua que se ha convertido en uno de los puntos con más vitalidad de la ciudad. En el secreto de este lunes desvelamos algunas de sus grandes curiosidades.
Ya contamos con la intensa compañía del verano, una estación que se hace sentir más que ninguna en Madrid y que, a cada efímero paso, siempre nos ha dejado instantes para el recuerdo.
Hay diferentes rincones de Madrid a los cuales, el paso del tiempo y de las generaciones les ha venido de maravilla para quitarse de encima el amargo peso de la historia que se cierne a sus espaldas. Uno de ellos es la Plaza de la Cruz Verde, un recoleto espacio que late con pausa en el Madrid más medieval y que apenas ya recuerda lo que un tiempo fue.
Es posiblemente la única fuente en chaflán que tiene Madrid. Una discreta obra que resulta prácticamente invisible a los ojos de quien pasa a su lado. Aún así, es otro de los cientos de detalles que salpican la ciudad con curiosidades que merecen ser atendidas, quizás asó la miremos con otros ojos. Ella es, la Fuente de los Delfines.
Hoy nos marcamos como punto de destino uno de los lugares más emblemáticos de Madrid, experto en recordarnos el pasado de la Villa, él también guarda su propia historia
Hace unos meses os hablaba sobre la Calle de la Princesa y sobre la persona a la que está dedicada. Un poco más escondida aguarda su ‘hermana’, la Calle del Príncipe. Mucho más desconocida que la primera, esta estilizada vía del animado Barrio de las Letras sobrevive con un agitado pasado sobre sus espaldas… ¿La recorremos?
Desde hacer un par de meses ya tengo otro motivo más para dejarme caer por Malasaña. En esta ocasión se trata de un argumento gastronómico, me refiero al Zombie Bar y sus preciadas hamburguesas. Un sitio original y divertido en el que los amantes de este tentador plato podrán colmar sus exigentes expectativas.
Madrid es objeto de miles de fotografías cada día. Sus rincones y edificios no dan tregua a los ojos de los viandantes que quieren hacer suyo el encanto de una ciudad presumida, que no se cansa de recibir halagos. Mucho ha llovido ya desde que la Villa y Corte fuese inmortalizada por primera vez para la eternidad.
El último inquilino de mi modesta biblioteca madrileña es un libro titulado ‘Madrid a pie de calle’. Una obra que recoge cerca de 200 de las mejores imágenes de Manuel Urech, uno de los mejores fotógrafos que pasó por la ciudad. Gracias a su peculiar y genial visión hoy podemos disfrutar de estampas como ésta.
En la actualidad tenemos muchísimas bebidas para combatir el calor de los meses de verano pero ¿Qué bebían los madrileños hace siglos para refrescarse? Aquí te lo cuento…
La fotografía de este martes es posible que les suene a muchos ya que se trata de una imagen histórica, con una expresividad única, pero que no por verla más veces, deja de perder su fuerza. Un momento de ocio y recreo de unos seminaristas que Ramón Masats se encargó de hacer eterno.